EL MILAGRO INESPERADO
Prólogo del libro:
Árbol del Paraíso / Antología de narradores colombianos contemporáneos
(Bogotá, 2012. Común Presencia Editores / Fundación Cultural Libro de Arena)
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EL
MILAGRO INESPERADO
Por Iván
Beltrán Castillo
Recuerdo
un tiempo, ahora tan distante como para tener leves contornos míticos, en el
que todos queríamos hacer la revolución permanente y el amor permanente, beber
y vivir en exceso, planear suicidios de autor y anatemas colectivos y, sobre
todo, escribir inolvidables cuentos. Fue, sin duda, una etapa enervada y
quimérica que en su mayor parte vino a
recalar en el territorio vago y recurrente de lo no cumplido, lo que apenas
tuvo vida en la imaginación. Aquellas apetencias nutridas por la mística de
Santa Teresa, los laberintos fúnebres de Pavese y Shakespeare, los arrebatos
dialécticos de Bertolt Brecht y las convocaciones blasfemas de Valle Inclán o
Sade, terminaron por mostrarnos su verdadero y ceniciento rostro, el del
incumplimiento y la postergación.
Tal vez sea ese el
motivo de que ahora, cuando habitamos realidades groseramente tangibles,
cívicas y poco estimulantes, lo único que nos quede de esos días pretéritos sea
la costumbre de merodear, con erótico entusiasmo, en el universo de los grandes
cuentistas, para comprobar que, a pesar de la caída, seguimos transitando en la
excepción y siendo fieles perseguidores del asombro.
Todo está perdido,
es cierto, menos Borges y Dinno Buzzati, Edgar Allan Poe y O. Henry, Felisberto
Hernández o Julio Cortázar, Marcel Schow, Pedro Gómez Valderrama o Juan Carlos
Onetti. Por eso regresamos siempre a estos pequeños artilugios de palabras que,
en una operación en extremo delicada, nos hacen la existencia más llevadera,
menos abrumadora y desleída.
Lector devoto,
siempre quise saber de qué material indestructible y sutil están fabricados los
escritores que, entre las posibilidades habidas, eligen el azar y la
contingencia temeraria de este inaprehensible género, y que, antes de enseñorearse en la planeación de prometeicos
y fatigosos trayectos, se fían al pequeño milagro cotidiano, al fulgor del
instante magistral, al recuento de aquellas cosas que, para decirlo con Borges,
ocurren una sola vez pero para siempre.
Esquivos como la
felicidad, los cuentos aparecen aquí y allá, de vez en cuando, como el meteoro
que de improviso engalana la noche, siempre como una excepción, nunca como el
cabal cumplimiento de una regla. De ahí la necesidad y validez de todas las
antologías que los compilan, y que no buscan otra cosa que orientarnos a través
de una enmarañada jungla de voces hasta el lugar prodigioso donde respira
—diáfano y vital— un milagro inesperado: el gran cuento.
Árbol del Paraíso,
este libro sembrado de visiones, es el resultado de la obcecada y metódica
búsqueda de ese milagro. Durante meses, haciendo parte de talleres y encuentros
en los que se fatiga la relojería y los subrepticios mecanismos de la ficción,
estos narradores, algunos novísimos,
otro no tanto, se han dado el lujo, con diversas fortunas, de derrochar
visiones oníricas, contar las pesadillas ambulantes de sus urbes, rememorar
crímenes y episodios galantes, ahondar las iconografías contemporáneas,
predecir horizontes y, antes que cualquier otra cosa, recordarnos que todo
episodio humano, por insustancial o deleznable que parezca, es un milagro
irrepetible, una eternidad encapsulada.
No cometeré el imperdonable yerro de referir
aquí argumentos o pormenores dramáticos. Eso degradaría mi función de antologista
y restaría magia al presente volumen. Básteme con señalar que en algunas líneas
encontré el espanto de la noche moderna, si es que existe una noche que soporte
semejante nombre; asistí a los ritos,
placenteros y temibles, de la carne; me
encontré de frente con el miedo y sus intensas olimpiadas; transité mundos
urbanos que se me antojaron apenas ilustraciones del espíritu y decorados de la
imaginación; y debí transitar por callejuelas
intrincadas infestada de monstruos goyescos, bárbaras mitologías populares,
músicas adocenadas, asesinos
sin mucha convicción, amantes desprovistos del sentido original de su condena y
furibundas pasiones dignas de alimentar nuestras visitaciones oníricas; me
encontré aquí como en una antigua película de John Huston, allí como en una
ranchera desgarrada de José Alfredo Jiménez, y más adelante en una de las iluminaciones de Arthur Rimbaud. Así,
para citar un gran ejemplo, en “Dalila Dreaming”, la aciaga ficción de Carlos
Castillo Quintero sobre el destino trágico que
suele acompañarnos a los escritores sin brillo, en “Imperfecciones” de Daniel
Ramírez o en “Ovejas y lobos” de Jorge Chaparro Africano.
Pero si la noche es
el teatro cruel de los
avernos personales el día le pertenece al infierno colectivo, quiero decir a la
vigilia carnicera de la historia y sus encarnaciones y son varios los relatos
que nos lo transmiten con efectiva pavura y lánguida belleza. Así lo
comprobamos en los notables relatos “Alguien fuma” y “Lluvia en azul” de
Claudia R. Niño, o en la reconstrucción de novela negra de los abyectos hechos
de noviembre del 1985 ensamblados diestramente por Mario Reyes Becerra en
“Autores mediatos”, o en las certezas del siniestro pequeño juez de “Casa de
Justicia”, el cuento de Luis Antonio Rodríguez.
Muchas
otras son las sorpresas que le depara este libro al lector aguzado. Desde la
arrojada experimentación de Luis Enrique Izquierdo en “Los Seven Suicide” hasta
el tono casi onírico de Diego Ávila Jacobo en “Adán y Eva”, o la escritura
bretoniana y automática de Julio Medrano en “Maniquí sin pieza 7:42” o
“Exhibición”, o esa saga poética de perdedores que se precipita en los “Días de
sol” de Henry Arturo Linares, hasta la ternura contenida en “Una carrera
especial” de Andrés Mauricio Muñoz, “Como una rata” de
Susan Hallyday, “El muñeco de
granizo” de John Jairo Zulúaga, “Mariposas del placer” de Beatriz Eugenia
Camacho, y la fatalidad con visos kafkianos en “La moneda” y “La llamada” los
relatos de Naudín Gracían, para arribar a los relámpagos verbales de Maribel
García, que parecen arrojarnos de la comodidad e instalarnos en el reino de lo
imprevisible, lo azaroso y fascinante.
Algunas
figuras estelares de la literatura contemporánea
parecen, a mi juicio, bruñir este Árbol del Paraíso, curiosamente
plantado en el centro del infierno. ¿Estarán en desacuerdo conmigo los
tripulantes de este libro si susurro con timidez los nombres de William Styron
y Jack Kerouac, de Pedro Juan Gutiérrez y Andrés Caicedo, de Cristina Peri
Rossi, Paul Auster y Julio Cortázar, de Malcom Lowry y Franz Kafka, de
Guillermo Cabrera Infante y Adolfo Bioy Casares? Pensarán que estoy loco si
agrego también algunos nombres imprudentes como el de H.P. Lovecraft, Dashiell Hammett
y hasta el de la vituperada y melosa Corin Tellado? Y qué dirán si postulo que,
además de literarias, sus influencias llegan a ser pictóricas (el kitsch, el
pop y lo naïf les alimentan) y beben, a mi juicio, de fuentes profanas como la
balada popular, el comic, el melodrama y hasta los seriales de televisión.
Cada uno de los cuentos
de este Árbol
del Paraíso nos recuerda que si el poeta ve la
excepción en su resplandor último, el cuentista es el encargado de señalarnos
su génesis, el accidente que tiene como consecuencia la presentación de lo
impresentable o, como diría bellamente García Ponce, la aparición de lo
invisible.
Los escritores
conjuntados parecen gritarnos una verdad esencial y olvidada: la vida estará en
problemas si algún día ya nadie escribe cuentos.
* * *
Árbol del Paraíso / Antología de narradores colombianos contemporáneos
Se presentará en la noche de Los Conjurados, el próximo sábado 28 de abril, a las siete p.m, en el Auditorio Manuel Mejía Vallejo, en el contexto de la 25 Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Se presentará en la noche de Los Conjurados, el próximo sábado 28 de abril, a las siete p.m, en el Auditorio Manuel Mejía Vallejo, en el contexto de la 25 Feria Internacional del Libro de Bogotá.
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